A
veces, cuando regresaba a su casa del trabajo, Macario Allende sentía
un inexplicable impulso por estrellar su automóvil contra los postes de
luz que se hallaban en los costados de la carretera. No había motivo, o
quizá la tentación era tan repentina e inesperada que no le daba tiempo
para pensar en uno; pero a veces, manejando por la carretera, las
extrañas luces le irradiaban una seductora calma que encontraba difícil
de resistir. Un día el trance fue tal que recobró la conciencia justo a
tiempo para dar un volantazo, apenas esquivando por unos segundos su
fatal destino en el pavimento de la carretera. El siquiatra le recetó
una serie de antidepresivos los cuales Macario nunca tomó –No estoy
deprimido– decía –Ni tampoco deseo morir, si de algo padezco es de
aburrimiento–. Tampoco hizo caso a las recomendaciones del médico de
tomar el transporte público para ir y volver del trabajo, ya que su
único momento de soledad y reflexión era, precisamente, durante estos
trayectos. En casa lo esperaban sus dos hijas, su esposa Clara y su
suegra Doña Magra, una mujer de ultraderecha que se esmeró en volver los
veintiséis años del matrimonio un puto infierno. Doña Magra veía
demasiadas telenovelas y era una hipocondríaca empedernida. Cuando no
estaba investigando en Google el más mínimo defecto cutáneo y
autodiagnosticándose cáncer, dedicaba su tiempo libre a hablar pestes de
su yerno con Clara, a quien nunca perdonó desde el día en que se casó
con un hombre moreno y de clase media-baja. Macario Allende, originario
de Huatulco, nunca fue bajado de "zapoteco" por su suegra, aunque su
linaje se componía únicamente en un mínimo porcentaje de sangre nativa.
–Un día de estos– rezaba Macario –Un día sí le va a dar cáncer–. Pero
Macario sabía que en realidad la hija de la chingada iba a vivir más que
él: aún a los ochenta y cuatro tenía el corazón y los pulmones de un
nadador olímpico, aunque fumaba como horno de manga (léase: chacuaco)
desde los doce años.
Los
Allende vivían en una dispersión suburbana al norte del DF conocida
como Zona Esmeralda. Llegaron a la privilegiada zona al comienzo del
nuevo milenio, con la promesa de un gran aumento en el valor de la
propiedad y una comunidad segura en donde sus hijos no correrían los
riesgos que acechaban en cada esquina de la metrópoli. Al principio,
Zona Esmeralda fue el suburbio de sus sueños: rodeaban los
fraccionamientos grandes extensiones de bosques, ciclopistas y parques;
de hecho, lo único existente fuera de la zona residencial era un recién
abierto Superama, un Blockbuster y dos restaurantes de comida rápida,
así como una que otra papelería o algún mini súper. Uno debía manejar
varios kilómetros en carretera para llegar a ver algún indicio de
civilización. Pero esto cambió con el tiempo. Poco a poco comenzaron a
abrir escuelas, centros comerciales, gasolineras y, rápidamente, los
gigantes corporativos también comenzaron a ver las posibilidades
ofrecidas por la zona y los enormes terrenos de árboles antes
denominados "área protegida" fueron vendidos por el gobernador de
Atizapán de Zaragoza, por unos cuantos millones, a Starbucks, Wal-Mart y
el Instituto Tecnológico de Monterrey, convirtiendo el sueño de los
Allende en una versión más pinche y menos gringa de Interlomas, plagada
de pipopes nuevos ricos, judiciales y narcos incógnitos. La exclusividad
de su fraccionamiento se fue a la mierda y la propiedad no sólo no se
revalorizó sino que se devaluó en un 15%. Encima de esto, la nueva
reforma fiscal dictaba que, según el valor de la casa, Macario se vería
obligado a pagar el 35% del Impuesto Sobre la Renta si deseaba venderla,
lo cual era, convenientemente, lo que necesitaba hacer; Macario Allende
lloró al ver su querida casa malbaratarse de nueve millones de pesos a,
bueno, justo la mitad.
Macario
era, desafortunadamente, un escritor de ficción. Mantenía un doble
trabajo como director de su propia editorial, Grupo Allende S.A., con
cede en la colonia Granada y dedicada a la traducción de textos
norteamericanos de narrativa esclavista y el renacimiento de Harlem.
Macario era un amante del Jazz y el arte negro del siglo XX, por lo cual
sus amigos le apodaban el "White Negro", aunque no fuera realmente
caucásico ni tampoco vistiera como un beatnik. Dividía su tiempo en la
editorial entre jugar ajedrez con sus editores y cachondearse a las
becarias; esto último terminó el día en que le cayó el veinte de que su
hija mayor, Denise, quien tenía la misma edad que las becarias, era a su
vez becaria en una editorial donde, para el horror de Macario, se
descubrió que ésta también "cachondeaba", por no decir mayores, con su
jefe. Un día, jugando ajedrez con Hipólito, editor y viejo amigo, surgió
el tema de sus pensamientos suicidas.
–Hipólito,
¿nunca has tenido un impulso de estrellarte? Digo, como que un día, no
sé, por ejemplo, vas manejando y quieres chocar contra algo y matarte,
pero no porque estás deprimido o algo así, es sólo que la idea de chocar
parece atractiva.
Hipólito se toma su tiempo, mueve un alfil y, sin voltear a ver a Macario le responde:
–No Mac (sus amigos le dicen Mac), yo creo que tú tienes pedos.
Macario
no dijo más al respecto y se comió el alfil con un caballo, cayendo
directamente en la jugada de su oponente. Más tarde, cuando regresó a su
casa, olvidó que quería chocar por estar escuchando a todo volumen el
Brilliant Corners de Thelonius Monk, y si se estrelló no fue por otra
cosa que por dedicar toda su concentración a la línea del saxofón de
Ba-Lue Bolivar Ba-Lues-Are. Clarita, voy a llegar tarde– avisó Macario,
y en seguida marcó al seguro. Se estrelló contra la pluma de seguridad
de la caseta que no abrió a tiempo, hecho que por manejar mecánicamente
en estado de zombi ignoró por completo. Al llegar el seguro hora y cacho
después sólo para notificarle que no cubrirían el costo de la pluma,
Macario se vio obligado a firmar un pagaré por diez mil doscientos
veinticinco pesos con treinta y tres centavos a la Concesionaria de Vías
Troncales, a su vez operada por Promotora del Desarrollo de América
Latina, a su vez parte de IDEAL, que a su vez es parte del imperio del
hombre más rico del país, Carlos Slim, con quien Macario ahora estaba en
deuda. Al llegar a su casa, fue recibido por su esposa y por Doña Magra
con gritos y mentadas de madre. Al parecer, una ex-becaria, a quien
Macario no respondía las llamadas, dejó un recado en la contestadora con
todo el afán de joder (pues sabía que Macario tenía una familia), que
únicamente decía –Mac, estoy embarazada, háblame–. El recado había sido
descubierto por Elenita, su hija menor, que se negó a aceptar que se
tratara de su padre y lo único que preguntó fue ¿Quién carajos es Mac?.
–¡Más te vale que tengas un muy buen pretexto, hijo de la chingada! dijo Clara.
–Clarita,
déjame explicarte, es una niña que trabajaba en la editorial y está
obsesionada conmigo pero yo nunca hice nada, ¡por favor, Clarita,
créeme, yo nunca te he sido infiel!
–¡No
te creo ni madres, siempre te andas metiendo con esas pirujas, tú crees
que yo no me doy cuenta de nada pero yo sé todo, te debería dar
vergüenza, tienen la edad de tu hija!
inmediatamente Doña Magra:
–Ya te he dicho Clarita, nunca debiste meterte con indios, son como animales, le dan a todo lo que se mueva.
–¡Usted cállese si no sabe! gritó Macario en completa desesperación.
–¡Tú no le hablas a mi mamá así! respondió Clara.
Macario
Allende fue arrojado de su casa por su esposa y su suegra, quien lo
golpeaba con una escoba como perro y después le azotó la puerta a la
cara.
–¡Pero yo te amo, Clarita!
–¡Me vale madres!
Derrotado, Macario hizo lo que cualquier hombre de mediana edad hace cuando la vida le da la espalda: ir al casino.
Depositó
mil pesos en la tarjeta del casino con la intención de hacer diez mil y
pagarle a Slim, pero lo único que logró fue ponerse pedísimo y perderlo
todo. Aunque ya no tenía dinero, decidió mantenerse sentado frente a la
máquina tragamonedas pretendiendo responder mensajes en su celular y
fumando unos Delicados, un hábito que ocultaba de su familia desde el
día en que se propuso dejar de fumar cuatro años atrás; lo ocultó no por
que a su familia le molestaría, sino porque le avergonzaba que supieran
cuán miserablemente había fallado en su propuesta. De pronto escuchó
una voz detrás de él: ¿Macario? ¿Macario Allende?
Al
voltear le tomó un minuto reconocer al hablante. Literalmente un
minuto, Macario estaba demasiado alcoholizado y no pudo decir nada
durante un minuto. ¿Macario? preguntó la voz.
–Cmo
estsa, hce un chgno que not eveía cawn, Respondió, sin estar
completamente seguro de si era su amigo Rubén Bravo o un simple
espejismo.
–Muy bien, Macario, ¿tú cómo estás? Te ves mal güey, ¿has escrito algo nuevo? Me gustó mucho tu novela esa de la revolución.
–Si we, pro he estado mdio ocupdo cn la... y ps ya nohe publicado stoy muy pdo cawn.
–Macario, estás muy pedo, ¿qué pasó?
–Ps me puse pedo we.
–Aguántame, te voy a traer un vaso de agua.
Rubén regresó unos minutos después con un vaso de agua y le dijo a Macario que se lo tomara.
–Ahora sí, cuéntame, Insistió Rubén.
–Ps me corrieron d la casa we.
–Ay pinche Macario, ¿ahora qué hiciste güey?
–Nda, me calmuniaron cawn.
–Nadie te calumnió Macario, no mames, ya dime ¿qué pasó?
Macario se tomó el agua e hizo un gesto como si estuviera bebiendo mezcal y se intentó explicar:
–La pndeja becaria ps me dejo un rcado y ps mi suegra m saco ascobazos, sa vieja se va amorir de cancer un dia t lo juro.
–Macario, no te entiendo nada.
–¡CLARITA!
Rubén
decidió no dejar a su amigo manejar en este estado y supuso por la
conversación que no podía regresar a su casa por lo cual lo invitó a
pasar la noche en la suya en Los Bastones, donde lo acomodó en el sofá
de su sala y le dejó un bote de basura por si quería guacarear.
– Cualquier cosa que necesites me echas un grito Macario.
–...
–¿Macario?
–...
Al día siguiente, Macario despertó increíblemente casi sin cruda y su amigo Rubén le preparó unos chilaquiles verdes.
–Entiendo si no quieres hablar de lo que pasó.
–Gracias por entender.
–Eres bienvenido a quedarte aquí hasta que las cosas se arreglen.
–Muchas gracias cabrón, en serio te lo agradezco.
En
un punto mientras desayunaban, la esposa llamó a Rubén desde la
recamara para que subiera y le pegó una cagotiza de la cual Macario
únicamente descifró las palabras "Mateo", y "pendejo". Poco después bajó
Rubén con la vista hacia abajo y cara de niño regañado y la mujer se
asomó para darle una última aclaración:
–¡Y dile a tu amigo que se saque a la chingada!
Le
dijo a Macario que se tenía que ir y que le pediría un taxi, tras lo
cual le pidió una enorme disculpa. Macario le dijo que entendía, le dio
las gracias por aceptarlo en su casa y salió a esperar el taxi, no antes
de pedirle dinero a Rubén para el taxi, por supuesto.
Macario bajó del taxi y subió a su auto para ir al trabajo y en el
camino se detuvo en un cajero para retirar dinero, sólo para encontrarse
con que estaba en bancarrota.
–¿cómo carajos voy a estar en bancarrota? Preguntó a la señorita de servicios al cliente.
–Su esposa transfirió todo su dinero a su cuenta esta mañana.
–¿A qué cuenta?
–La de su esposa.
–¿Se puede hacer eso?
–Lo siento mucho señor.
Macario
le marcó a Clara una y otra vez y, cuando finalmente le contestó, lo
único que le dijo fue que estaba pendejo si pensaba volver.
–Estás pendejo si piensas volver, Dijo Clara.
–Clarita, corazón, sólo déjame hablar...
Cuando
Clara le colgó, Macario supo que estaba completamente jodido. No sólo
porque estaba en bancarrota, sino porque hace catorce años, cuando se
mudaron a Zona Esmeralda, Macario decidió poner las escrituras de la
casa a nombre de Clara. Ahora ella le pediría un divorcio y se quedaría
con la casa, el dinero y Elenita. Sólo le restaría Denise, con quien de
por sí mantenía una muy mala relación desde antes.
Macario
se subió a su auto y comenzó a llorar. Decidió no ir al trabajo y, en
cambio, prefirió ignorar la amenaza de su esposa y regresar a su casa a
rogar por una última oportunidad. Ni Thelonius Monk ni Miles Davis
pudieron confortarlo en el camino. Sabía que era inútil, Clara jamás lo
perdonaría y Doña Magra seguramente ya le estaba haciendo ideas, pinche
vieja, que ya se muera. Al ver la pluma de seguridad destruida del lado
contrario de la carretera se le ocurrió que esa vez lo haría de verdad,
el escape que siempre había anhelado, sólo que ahora tendría una buena
razón. Al ver el primer poste de luz que encontró aceleró, pero no fue
hasta pasar el tercero que perdió la conciencia.
La
noche anterior, resultó, Rubén acababa de tener una fuerte discusión
con su esposa y dejó la puerta del garaje intencionalmente abierta,
provocando que el perro, Mateo, a quien su esposa quería más que a él,
se escapara. En la madrugada del día siguiente, un ave migratoria
padeciendo de gripe aviar, la cual había perdido su camino, soltó una
enorme cagada desde tres kilometros de altura y ésta cayó directamente
sobre el parabrisas de un automóvil conducido por Ricardo, el jefe que
se estaba cogiendo a Denise, y quien casualmente pasaba por la carretera
Chamapa-Lechería. La zurrada cubrió completamente el campo de visión de
Ricardo. Simultáneamente, Mateo había encontrado su camino hasta dicha
carretera, y mientras estaba cruzando despreocupadamente la calle se
lampareó con un automóvil que acababa de pasar con las altas encendidas.
Ricardo encendió los limpiaparabrisas demasiado tarde y el pobre de
Mateo, quien se encontraba completamente paralizado frente a él, murió
aplastado. Horas más tarde, Macario, que se dirigía contra el poste de
luz a doscientos kilómetros por hora, pasó inadvertidamente sobre el
cadáver de Mateo, provocando la pérdida del control del automóvil y
desviándolo unos pocos grados a la izquierda, estrellándose contra el
poste exitosamente y culminando en la pérdida total del auto; todo,
excepto por el lado del conductor, el cual quedó milagrosamente intacto
gracias a la ligera desviación en el último momento, quedó destruido.
Macario ahora se enfrenta a una demanda de la CFE por la destrucción del
poste y la consecuente pérdida de luz en varios fraccionamientos de
Zona Esmeralda por casi cuarenta y ocho horas, así como una deuda total
de veinticinco mil ochocientos sesenta y cuatro pesos con treinta y tres
centavos por daños a la autopista Chamapa-La Venta, al señor Carlos
Slim.